miércoles, 4 de abril de 2012

Descartes versus Nietszche y Freud - Trabajo práctico Nº 1




El Racionalismo, una de las principales corrientes del pensamiento que confluyeron en el período que dio en llamarse “Modernidad”, se basa en ciertos supuestos que acentúan el papel de la razón, tanto en el acto de conocer como en la legitimación del propio ser y el criterio mediante el cual se construye lo que damos por cierto o “verdadero”.
            Si bien el pensamiento racional ha ejercido una gran influencia en la filosofía occidental ya a partir de sus orígenes, es con la obra de René Descartes (1596 -1650), que queda fijado como sistema, de forma concreta y sintética.
            Es por esto que se analizarán algunas de las nociones más importantes expuestas por éste en sus “Meditaciones metafísicas”, de modo que sea posible  inferir el tipo de sujeto que  plantea, así como también la manera en que es entendido el  proceso de conocimiento y el criterio de verdad derivado de esta concepción.
            Luego, se presentarán ciertas críticas a los supuestos implícitos en esta doctrina filosófica, para lo cual se tomarán como base los planteos expuestos de dos de los principales pensadores que han dado los siglos XIX y el XX respectivamente: Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Sigmund Freud (1856-1939), en cuyas obras puede observarse claramente la crisis epistemológica en la que entra el pensamiento racionalista de la Modernidad.
            Descartes, en la primera de sus meditaciones, plantea como condición para fundar un saber certero cuyas bases estén exentas de toda sospecha, la necesidad de poner en duda sistemáticamente todo conocimiento adquirido, tanto a través de la experiencia sensible como así también al que se llega mediante el propio razonar.
            En primer lugar, Descartes duda de los sentidos, ya que considera que estos, al ser en ocasiones fuentes de engaño o confusión (tómese por ejemplo el caso de las ilusiones ópticas o auditivas), no pueden ofrecer ningún conocimiento de validez universal.
            En un segundo momento, Descartes aplica el recurso metodológico de la duda a los conocimientos que se producen a partir de la razón. El considerar posible que un hombre pueda equivocarse en algo tan simple como una suma, le permite suponer la existencia hipotética de un genio maligno, “tan astuto y engañador como poderoso, que ha empleado toda su habilidad en engañarme”[1], lo que impediría encontrar certeza en todo razonamiento.
            Es necesario aclarar que, si bien alguna de las nociones o conceptos presentados por Descartes (tal como la metáfora del “genio maligno”) puedan parecer arbitrarios o forzados en la actualidad, la concepción de la razón como fundamento de la realidad ha influido en toda reflexión filosófica posterior e inclusive en nuestra propia forma de entender al mundo y a nosotros mismos.
            Es en este punto en el que Descartes, llevando la duda hasta su máxima expresión al poner en  tela de juicio tanto al conocimiento “sensible” (el adquirido por intermedio de los sentidos) como al conocimiento “racional” (derivado de toda actividad propia de la razón), cuando por fin llega a una evidencia que considera irrefutable, evidencia sobre la cual fundará todo su sistema filosófico: al ejercer la duda está pensando y si existe pensamiento existe la cosa que lo piensa, lo que significa que, el ser que piensa debe tener existencia (cogito ergo sum).
            Este razonamiento sirve a Descartes para efectuar una división de la realidad en dos sustancias: la que piensa (res cogitans) y la que no (la res extensa), concepción dualista que se emparenta íntimamente a los postulados idealistas de la Filosofía platónica.
            Esta dicotomía, que también puede expresarse como “espíritu” y “materia”; “alma y cuerpo”; “yo” y “mundo”, etc., lleva implícita un preeminencia o supremacía de una de las sustancias por sobre la otra (la res cogitans por sobre la res extensa), ya que si bien no es el sujeto quien origina la realidad es su conciencia la que la fundamenta y legitima.
            Por otra parte, Descartes plantea un sujeto dividido, el cual se encuentra atado a su cuerpo, el cual a falta de una noción intermedia entre cosa y espíritu, es clasificado como res extensa, es decir, es concebido como una especie de máquina la cual es utilizada por una determinada cantidad de tiempo por el espíritu, una mera pertenencia o instrumento de éste.
            A este respecto cabe citar a Nietzsche, quien en el tercer tratado de su  “Genealogía de la Moral condena abiertamente esta supuesta supremacía del espíritu (que conlleva una marcada demonización del cuerpo y los sentidos), actitud que él considera caracteriza a toda la Filosofía Occidental:
“Es indiscutible que, desde que hay filósofos en la tierra (…) existe una auténtica irritación y un auténtico rencor de aquellos contra la sensualidad (…), igualmente existe una auténtica parcialidad y una auténtica predilección de los filósofos por el ideal ascético en su totalidad…”[2]
            En la obra de Nietzsche, el pensamiento dicotómico que caracteriza a la Modernidad no será enunciado en forma sustancial, como espíritu y materia, sino más bien como actitudes opuestas respecto a la vida o formas diferentes de encararla, para lo que utilizará las nociones de “Ideal ascético” y “Sensualidad”.
            En este sentido, Nietzsche invierte la valoración implícita en el pensamiento moderno, considerando el ideal ascético, como una actitud negadora del mundo, incrédula respecto a los sentidos, desapasionada.
            Por el contrario tanto en la Genealogía como en toda su obra filosófica es posible encontrar explicitada una revaloración de la vida terrenal, la corporalidad y los placeres conceptualizada en el término “Hybris”.
            Para explicar esta tendencia orientada hacia el predominio de la razón en menoscabo del cuerpo y los sentidos presente en todo el pensamiento moderno,  Nietzsche sugiere que en sus inicios, la filosofía, como sistema puramente racional, tuvo la necesidad de enmascararse, como si de un mecanismo de defensa se tratase, para llegar a ser siquiera posible.
            Esta hipótesis parece justificar la necesidad de Descartes de restituir su confianza en Dios una vez que ha llegado a la evidencia del “yo” a partir del propio pensamiento. Entendiendo esta postura como un disfraz, que le permitió dar curso a su pensamiento, sin llegar a entrar en conflicto de lleno con la visión del mundo imperante en su época, materializada por la Iglesia Católica, que sienta sus bases en la fe y la revelación.
            Por otra parte, la postura de Nietzsche acerca del problema del conocimiento, se opone también, en forma tajante, a las concepciones modernas, encarnadas por el pensamiento cartesiano:
“A partir de ahora, señores filósofos, guardémonos mejor, por tanto, de la peligrosa y vieja patraña conceptual que ha creado un “sujeto puro de conocimiento (…), guardemos de los tentáculos de conceptos contradictorios, tales como “razón pura”, “espiritualidad absoluta”, “conocimiento en sí””.
            Para Nietzsche, todo saber es un saber perspectivista, lo que equivale a postular la imposibilidad de que pueda llegarse a un conocimiento absoluto de la totalidad, postura representada en este trabajo por la doctrina filosófica cartesiana, que concibe a la naturaleza como pura extensión, pasible de reducir en sustancias simples que sean accesibles al conocimiento racional, despejando el camino para el desarrollo de la técnica y la ciencia en general.
            Es desde este ámbito desde el cual se erige el pensamiento de Sigmund Freud, el cual también se replantea el sujeto que se desprende del sistema filosófico de Descartes y algunos de los supuestos propios de la modernidad.
            En “Esquema del psicoanálisis”, para analizar la psique del Sujeto, Freud parte de una concepción dicotómica “Órgano corporal – actos de conciencia” de corte cartesiano para luego, complejizar esta concepción al ahondar en las funciones o procesos propios de la vida anímica del individuo.
            Esta problematización se hace patente respecto a la noción de  “yo”, la cual deja de ser planteada como evidencia de la existencia y justificación de la preeminencia de la razón o “cogito”  por sobre la extensión, para pasar a ser considerado como una de las instancias psíquicas, que cumple una determinada función dentro de un sistema más complejo.
            Según Freud, en  el  “ello”, “la más antigua de estas provincias o instancias psíquicas”[3]  tienen lugar las pulsiones primarias, impulsos que parten de la organización corporal y exigen una inmediata satisfacción.  Es a partir del “ello” que se desarrolla el “yo”, instancia que oficia de mediador entre la realidad exterior y las necesidades del  “ello”.
            A su vez, a raíz del período en que el sujeto vive con sus padres, se forma dentro del “yo”, una tercera instancia en la que se prolonga el influjo de éstos y se depositan los diversos mandatos y prohibiciones que le son impuestos al individuo por la sociedad, efectuando una especie de control sobre la tarea desempeñada por el “yo”.
            De esta descripción del aparato psíquico, se desprende un concepto de “Sujeto”  que deja de ser entendido como una mera “cosa que piensa”, para pasar a orientarse hacia la búsqueda del placer, producida por la satisfacción de ciertos deseos, de los cuales el individuo no es consciente.
            En este punto es posible observar que, tanto Freud como Nietzsche, coinciden en resaltar la importancia  los apetitos primarios y las necesidades corporales en la vida del Sujeto, replanteando la concepción moderna del término, que Descartes fundamentaba en la conciencia, a través de la razón.


[1] Descartes, Rene, Meditaciones Metafísicas en “Obras Escogidas”, Editorial Charcas, Bs. As, Pág. 221.
[2] Nietzsche, Friedrich, La genealogía de la Moral, Editorial Alianza, Pág. 138
[3] Freud, Sigmund, Esquema del Psicoanálisis, Cap. 1 “El aparato psíquico”, Pág. 143

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