lunes, 16 de mayo de 2011

Horacio Quiroga Vs. Felisberto Hernández

Trabajo Práctico Nº1


La narrativa de Horacio Quiroga se inscribe dentro del ámbito del Modernismo, alejándose de la tradición estilística de la literatura española para dirigir su mirada hacia autores de otros países europeos, así como también rusos y norteamericanos.
En su prosa es posible encontrar marcadas influencias de autores anglosajones tales como Rudyard Kipling, Joseph Conrad, y en particular de Edgar Allan Poe, con quien se observa un paralelismo mayor en la forma en que ambos conciben el cuento. En su “Manual del perfecto cuentista”, así como también en otros textos teóricos, Quiroga entiende al relato, sujeto a ciertas cualidades inmutables: la brevedad, la intensidad (que debe ir en aumento a medida que se acerca el desenlace), la importancia del efecto final y los indicios que el autor va sembrando para conducir al lector a la revelación, etc.
La descripción del carácter de los personajes (los rasgos de su personalidad, sus deseos, sus temores y sus sueños) es escasa y corre por cuenta del narrador omnisciente, siendo posible afirmar que están subordinados a la trama o son funcionales a ella.
En “El almohadón de plumas” los pocos datos que el narrador revela acerca de la personalidad de los personajes resaltan la atmosfera fría y opresiva del relato y adelantan el trágico desenlace.
La angelical belleza de María determina su condición de víctima inocente, condenada inevitablemente a morir. En contraste, el carácter de su marido Jordán, rígido y distante, contribuye a crear la sensación de fatalidad, acentuada por la breve descripción de la casa que vivían.
Con precisión matemática, Quiroga desliza sutiles indicios que al tiempo que mantienen la atención del lector y refuerzan la impresión que producirá el desenlace del relato, cuando lo insinuado adquiera un sentido pleno:

“Luego los sollozos fueron retardándose, y aun quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra”.

“Entre sus alucinaciones mas porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenia fijos en ella los ojos”.

“Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha”

Por su parte, en el cuento “La gallina degollada” también es posible reconocer una estructura narrativa en la que predomina el argumento (y su desenlace) por sobre el carácter psicológico de los personajes: el narrador se refiere a los cuatro hermanos Manzini en plural, como a un único y monstruoso personaje y se limita a resaltar una y otra vez su irracionalidad animal, provocando al lector de a ratos compasión y de a ratos asco, para tornarse en espanto al final del relato.
A su vez, la breve descripción del cambio producido en la relación entre sus padres, a medida que van naciendo y enfermando sus hijos contribuye a crear el clima de violencia contenida que atraviesa la historia:

“-¡Que si alguien tiene la culpa no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
Su marido la miro un momento, con brutal deseo de insultarla.
-¡Dejemos!- articulo secándose por fin las manos.
-Como quieras, pero si quieres decir…
-¡Berta!
-¡Como quieras!”

“Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir ni una palabra”

Si las disgresiones y divagaciones de los personajes, no tienen cabida en la (tradicional) concepción del cuento por la que aboga Quiroga en sus escritos, por el contrario, en la obra cuentística de Felisberto Hernández, estas cobran una importancia tal que llega a superar a la de la anécdota narrada.
En sus cuentos, de un profundo lenguaje poético emparentado con la estética de las vanguardias, la subjetividad de los personajes sale a la superficie, ya sea a través de ellos mismos o a través de un narrador- personaje, inmerso en la acción.
Los argumentos, que presentan situaciones inverosímiles con tintes oníricos, suelen perder consistencia y desdibujarse en beneficio de la manifestación de la vida interna de los personajes, que oscilan entre los extravíos de su imaginación, sus recuerdos y secretos más profundos.
La prosa de Hernández llega aún más lejos, desautomatizando la percepción del lector al punto de tomar ciertos objetos y partes del cuerpo de tal o cual personaje que parecen cobrar vida propia, de forma que permite redescubrirlos en toda su profunda complejidad. Tanto en “El balcón” como en “La casa inundada”, es posible apreciar ejemplos claros de las características mencionadas anteriormente.
En el primero de los cuentos, poco es lo que parece ocurrir, la acción se reduce a unos pocos episodios, un concierto de piano interpretado por el narrador, la aburrida cena a la que es invitado por un anciano, la hija de este y su afición por la poesía…Sin embargo, ya en la mesa, las manos de los personajes parecen desembarazarse de sus dueños para dar comienzo a la comida:

“Empezaron a entrar nuestros pares de manos: ellas parecían habitantes naturales de la mesa”

Luego se suman los cubiertos y la vajilla que, plenos de vida, interactúan con las manos en un repetido y silencioso ritual:

“Hacia muchos años, unas manos habían obligado a estos objetos a tener una forma. Después de mucho andar ellos encontrarían colocación en un aparador. Estos seres de vajilla tendrían que servir a toda clase de manos. Cualquiera de ellas echaría los alimentos en las caras lisas y brillosas de los platos; obligarían a las jarras a llenar y volcar sus caderas; y a los cubiertos a hundirse en la carne, a deshacerla y a llevar los pedazos a la boca. Por último, los seres de la vajilla eran bañados, secados y conducidos a sus pequeñas habitaciones”.

Al respecto, la joven poetisa comunicará al narrador una importante clave de lectura que orienta el sentido del texto, revelando la profundidad de su alma:

“Entonces ella dijo que los objetos adquirían alma a medida que entraban en relación con las personas. Algunos de ellos antes habían sido de otros y habían tenido otra alma (algunos que ahora tenían patas, antes habían tenido ramas, las teclas antes habían sido colmillos), pero su balcón había tenido alma por primera vez cuando ella empezó a vivir en el.”

Éste balcón, deja de lado su carácter meramente utilitario y pasa a cumplir la función de interés romántico del personaje de la joven, siendo capaz de, despechado, dejarse morir por ella:

“-Yo tuve la culpa de todo. El se puso celoso la noche que yo fui a su habitación.
-¿Quién?
-¿Y quien va a ser? El balcón, mi balcón.
Entonces ella se sentó en una silla, abrió el cuaderno y empezó a recitar:
- La viuda del balcón....”



El relato “La casa inundada” constituye otro ejemplo concreto de las características que distinguen la narrativa de Hernández. En este caso, la trama ronda alrededor de un secreto que guarda el personaje de Margarita, revelado en forma fragmentada al narrador, mientras recorren en bote el interior de la casa que, mediante un complejo sistema hidráulico, ha quedado sumergida en agua aproximadamente a 40 centímetros del suelo.
Ya a partir del comienzo del relato, el narrador humaniza de manera explicita al lugar:

“Y me gustaba pensar que aquella casa, como un ser humano, había tenido que desempeñar diferentes cometidos”.

También el agua, elemento central del cuento, presenta ciertos rasgos humanos que la Señora Margarita comunica en sus confidenciales monólogos dirigidos al narrador:

“Al principio no podía saber si el agua era una mirada falsa en la cara oscura de la fuente de piedra, pero después el agua le pareció inocente y se iba a la cama llevándola en los ojos y caminaba con cuidado para no agitarla”

“Entonces, conmovida, pensó: “no debo abandonar al agua, por algo ella insiste como una niña que no puede explicarse””

A su vez, los pies de la señora Margarita son objeto de la mirada del narrador, recibiendo su influjo vital:

“Me encontré de nuevo con el sapo y los pies, y puse mi atención en ellos sin mirar directamente. La parte aprisionada en los zapatos era pequeña; pero después se desbordaba la garganta blanca y la pierna rolliza y blanda con ternura de bebe que ignora sus formas; y la idea de la inmensidad que había encima de aquellos pies era como el sueño fantástico de un niño.”.

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